Vapores


lo que en esa goteja raspadura
de barba humedecida el azulejo, o azul –
ejo de barba amanecida, lo
rociado de esa puntillez, el punto de
esa toca, en el rocío
de esa punta que se raspa, o gota
que lamina: porque la mano que ávida raspa, como una barba, el ejo
azul de esas axilas, o esos muslos –se divisan los muslos en
la bruma
de humo, en el vapor de esa
corrida: toca rozada, rosa
el lamé, el “por un quítame de allá esas pajas”, o manotazo
de mojado, papas
de loma en la fundidad, o el resbalón
de esas acaloradas mangas, como fleca
de sudo: o esa transpiración de la que toca, tocada, ese tocado
ese tocado de manuelitas y ese jabón de las vencidas, sofocadas esa
respiración entrecortada, como de ninfas
venéreas, en el lago de un cuadro, cuadriculan; cuadran, culan
en el kuleo de ese periplo: porque en esas salas, acalambradas
de lagartos que azules ejos ciñen, o arrastran, babeándose
por los corredores de cortinas, atrapalhada como una toalla que se
desliza, o se deja caer, en los tablones
de madera, mad, que toca, madra, toca lo madrastral de ese tocado,
casi gris; pero que en su puntilla, a-
caso deja ver algo? se trasluce esa herida de manteca que el gollo,
o ese fólego, fuellante, en una oreja que no se ve
o no se sabe de qué cara es, en ese surco
que no se ve, esa arruga
de la transpiración: azoteas de lama,

donde el deseo en, suave irrisión, se hace salpicadura…



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