Estas palabras fueron publicadas con anterioridad en Fogonero Emergente, por mi amigo Jorge Alberto Aguiar, ya que no tuve acceso a mi blog durante algunos días. Ahora las traigo a su lugar de origen. Espero, como es su intención, den que pensar.


Pensar en Gorki


Gorki fue detenido el pasado 25 de agosto. sin orden de arresto, sin causa. Un expediente abierto por "peligrosidad", la llamada "ley del vago", arbitraria medida contra la delincuencia y los "desafectos" al sistema. Todo aquello que se considere dañino socialmente, según esta ley, puede ser retenido y eventualmente encarcelado. Sólo se necesitan opiniones, empezando por las consabidas del CDR -puesto de vigilancia gubernamental que existe en cada cuadra-, de personas cuyo comportamiento social sea impecable, es decir, aquellos a los que popularmente se les llama "integrados". Integrados, al sistema. Todo gira, por si alguien no lo ha notado por allá fuera alrededor de la política en Cuba (aquí es imposible no notarlo, dejando sólo como salida para algún que otro nacional el "hacerse el sueco"). Por ello Gorki, quien decide cantar haciendo uso de aquello que ni los más económicamente poderosos, ni los más encumbrados de la nomenclatura del país pueden hacer uso: la libertad de expresión. Sí, la libertad de expresión en la isla es un verdadero lujo, el mayor de todos. No concebimos a nadie, oígase bien, a nadie en este país, que no mida sus palabras. Por supuesto, hasta nuestros presidentes revolucionarios participan de la escasez de esta codiciada actitud. En todo el mundo, cuando se piensa en las palabras públicas del presidente de un país, lo último que viene a la mente es que esté diciendo la verdad, la estricta verdad. Por supuesto, el presidente de un país tiene una responsabilidad pública que le obliga a un tiempo a medir sus palabras mientras intenta por otro lado no dañar la imagen pública de confianza que el país ha depositado en él. Bueno, en el caso de que el país la haya depositado en dicho presidente, y no que tal persona se la haya abogado por la fuerza. Pero volviendo, en Cuba los presidentes miden tanto sus palabras que no podemos recordar un solo momento -de esos momentos célebres y acaso difícilmente escamoteables por el presidente de una democracia que respete al menos en apariencia los principios que la sustentan- en que el presidente haya aludido en una aparición pública a la honestidad que habría de estar en juego. Las apariciones públicas de los presidente cubanos no son diálogos aparentes de mesurada ecuanimidad con un maduro e hipotético escucha nacional; son arengas, discursos de regimiento, muy parecido a aquella verborrea incitadora que se dirige a un ejército para exitarlo y prepararlo para el valor y los horrores de la batalla. La desmesura parece caracterizarnos. Y la arbitrariedad. Estos discursos, en buena medida una muestra del discurso de todo relato de la política nacional revolucionaria, que apela a "con-vencer" y a generar una "convicción" más que a generar la reflexión propia y desapasionada del receptor, son los que marcan nuestro devenir en un pueblo con muy poca cultura del debate, y donde apenas se cultiva el pensamiento, a secas, no ya el pensamiento que da pie a la duda, aquel que resulta por ello más intenso, y de mayores repercusiones en el intelecto. Si esto ocurre de manera generalizada, si somos cada uno de nosotros quienes reproducimos este modelo de pienso aquello que me dijeron o esto que dijo fulano que me convenció al oírlo; entonces, ¿qué podemos dejar para los noveles de conciencia colectiva? Sí, nuestro futuro es negro, sobre todo porque pocos se atreven, de veras, a pensar en él. Por otra parte, pensar suele ser una buena manera de preparar el actuar, y la mejor manera que podemos recomendar para la acción en un país de circunstancias sociopolíticas como las de Cuba. Solemos, sobre todo por estas tierras, actuar sin antes pensar. Algo que viene como anillo al dedo a nuestra cultura de la convicción antes expuesta. Acaso sea el pensar como primer paso entonces la manera más responsable, más comprometida, del actuar.



¿De ideas la batalla?


Esta mañana me dirigí al juicio de Gorki, ese que sin cargos y en el plazo de tres días luego de su detención se le hace. Al llegar a un cuadra de distancia del lugar, varias personas vestidas de civil y con wokitoquis en el cinto me detuvieron. "¿Hacia dónde vas?" "Por aquí no se puede pasar". El tono de tales interpelaciones y los autos parqueados cerca no dejaban lugar a dudas de cuál sería el destino de un forcejeo: la reclusión forzosa en alguno de aquellos automóviles. A mi memoria vino la manera en que fueron cargadas por varias personas hacia un ómnibus las Damas de Blanco durante su manifestación en la Plaza de la Revolución. Decidí dedicarles una mirada y una sonrisa irónica -el cubano es muy susceptible a la burla y algunos hacemos uso de eso para no sentirnos demasiado impotentes- e intentar otra entrada. Rodeé el lugar. Como era de suponer la manzana estaba completamente "tomada". Por ninguna de las cuatro esquinas que rodeaban el Juzgado de Playa (ubicado en 5-ta y 94) había manera de pasar. Pero no sólo las cuatro esquinas anteriores a la cuadra del juzgado estaban llenas de estos grupos de acción rápida, sino toda Quinta Avenida prácticamente. En todas las casas e instituciones a la redonda había una pequeña posta, y podían identificarse varios policías de civil merodeando por el parque, haciendo sus rondas por la ancha avenida. Todo un despliegue de fuerzas represivas para impedir que se pudiera asistir libremente -como suele estar establecido en todos los juzgados del país- al juicio de un criminal común, estatus que se le da a Gorki, y por el cual supuestamente -no porque sus canciones punk digan "no coma tanta pinga comandante"- se le enjuicia. Parece paradójico y no lo es que a Gorki se le lleve a juicio, alegando la "peligrosidad social" que se aplica a quienes no quieren trabajar para el Estado, por letras como la antes citada, perteneciente a una canción que habla precisamente de la obligación de trabajar en un país donde el trabajador no es remunerado mientras se le obliga a asistir a reuniones del Sindicato Laboral para apoyar el último discurso del presidente o la última disposición política del gobierno. Cabe preguntarse por qué una agrupación musical, específicamente su cantante, resulta peligroso para el actual régimen. Una acotación: ante una batalla de ideas nuestro sistema no presenta batalla; apuñala por la espalda haciendo uso de sus fuerzas.