Foto: Orlando Luis Pardo Lazo

Cuando una palabra se repite muchas veces su significado se hace
hueco. Eso fue lo que sucedió hoy 20 de septiembre de 2009 en la Plaza
de la Revolución, Cuba. La palabra paz y la ornada de camisas blancas
se volvieron decorado, lugar común, y perdieron bastante de sus
cualidades activas.

El concierto de Juanes transcurrió tal y como se esperaba, todos de
blanco, todos haciendo uso de un audio lamentable, y de una falsa
alegría de la que sobresalía una emoción cansada y tensa. Voluntad de
aparecer aquí, eso se notaba, voluntad de trascender la política, las
fronteras ideológicas, la intolerancia. ¿Esto es posible? Es la
pregunta de orden. La respuesta, ¿quién la tiene?

Cierto es que desde que Juanes anunció su concierto el debate se elevó
tomando las proporciones que ameritan nuestras circunstancias
geopolíticas. Unos que sí, otros que no, la cuestión se convirtió en
una toma de partido entre el aprobar o reprobar la posibilidad de este
acontecimiento en La Habana.

"Vinimos aquí por amor", dijo Juanes en concierto. Luego habló de la
importancia de cambiar el odio y el miedo por el amor. En algún
momento también dijo "al final, todos somos iguales". Sin dudas, el
músico peca de ingenuo. Precisamente las condiciones que hacen de este
concierto un evento es la profunda desigualdad que existe entre Cuba y
otros países del mundo. Es precisamente esta desigualdad la que obligó
a los cantantes a escoger muy bien las canciones que cantarían frente
al público cubano y lo que llevó a este último a leer entre líneas las
canciones que escuchó. Los temas de Víctor Manuel, Miguel Bosé,
Eduardo Aute, Carlos Varela, fueron escuchados con interés por muchos,
y parecían querer cantar acerca de lo que no podían cantar en este
concierto, decir acerca de lo que no les estaba permitido decir.

"Olga Tañón la puso buena", oí decir varias veces, seguida de una
acotación inevitable: "pero más nadie dijo nada". Se sabe del pacto
que se estableció entre Juanes y el gobierno cubano para que pudiera
tener lugar "Paz sin fronteras": no a las canciones ni menciones en
torno a la política cubana, ni a favor, ni en contra. Quizá por ello
muchos de los temas, aunque el tópico era la paz, traían a colación la
guerra, la política como causante de usuales y desastrosas
repercusiones sobre la vida del individuo, la alienación de este
frente a una sociedad injusta e incomprensible...

De todos los mensajes bajo la manga, Juanes fue no obstante quien se
atrevió a ir más lejos -sin por ello llegar a adelantar mucho en esta
travesía a contracorriente. Dedicó una de sus canciones a los
secuestrados de varios años en Colombia, pero aprovechó para dirigirla
"a todos aquellos que están privados de su libertad, donde quiera que
estén". Desgraciadamente, como casi todas las palabras entre dientes,
poco o nada dicen. Presenciando el concierto daba la impresión de que
al pisar territorio cubano estos músicos contrajeron la enfermedad
civil de todos los que vivimos bajo el régimen: atar nuestras
palabras, hablar a medias, incorporar al cuerpo, como un chip o una
marca indeleble, el órgano anexo propio a la anatomía totalitaria: la
autocensura.

"El futuro está en sus manos", dijo Juanes, "vamos a cambiarlo para
bien, por favor, señores". Consciente está el cantante colombiano de
que en las manos de él no está, como no lo está en la de ninguno de
los músicos que lo acompañaron en concierto. El futuro es nuestro,
para bien o para mal.

Uno de los temas más intensos de este concierto fue la canción a dúo
entre Juanes y Bosé. "Dime que el viento no la hundirá" [a la isla de
Cuba que la canción refiere como "una isla en el centro del mar"] /:
llama a la libertad". Se sabe que no es el viento lo que la hunde,
aunque tampoco, hay que decirlo, la hunden iniciativas como esta, que
llevan a cabo un movimiento distintivo en el interior de un relato
monolítico, produciendo otros relatos, micro relatos que contrarrestan
sin dudas el macro relato monumental de un gobierno narcisista y
despótico. "Es tiempo de cambiar", decía este tema, "Is time to
change"... lo que no dejaba de tener reminiscencias de aquel famoso
concierto que ofreciera la banda de rock Scorpions en Berlín, poco
antes de la caída del muro, en la que un público aún oprimido por el
régimen comunista coreaba con mucha fuerza el tema "Vientos de
cambio".

El concierto fue transmitido en vivo por el canal 8 de la Televisión
Cubana. Durante el mismo, Bosé pudo anunciar la asombrosa cifra de una
audiencia de 1 150 000 de espectadores. ¿Las impresiones? Si el
vocabulario se reduce a dos o tres vocablos "permitidos" y previamente
acordados, las palabras casi que desaparecen, y ya poco se puede
confiar en ellas. "Paz", "diálogo", "paz", "música", "acontecimiento
hermoso", otra vez "paz", "más allá de las diferencias", más "paz",
"no importa cómo pensamos", y de nuevo "paz", el "esto va por ustedes,
muchachos" de Juanes, y "paz", y "paz y amor"...

Al concierto se le nombró "Paz sin fronteras". Si algo se sabe con
certeza en el mundo de hoy es que la paz sí tiene fronteras. Es un
poco más verosímil la difícil pero más usual conocida máxima de
"reporteros sin fronteras". Aquí y allá, la gente lucha, persiste y
logra violentar la pretensión de un silencio obediente. La paz es un
ideal, y por tanto una abstracción. Ahí entran a jugar entonces las
intenciones. Las intenciones de estos músicos son buenas, y a pesar de
todos los inconvenientes (la censura, las concesiones necesarias, los
pactos silenciosos, las ausencias, la pésima producción de este
evento), el concierto fue un canto sostenido, no se sabe bien si por
la paz o por la otra palabra que convoca para todos los seguidores en
la isla y en todo el mundo un concierto como este, realizado en la
Cuba de este domingo 20 de septiembre de 2009: libertad.

Al finalizar el concierto, en un coro cerrado entre cantantes y
público, Juanes se jugó una de sus últimas cartas: "una sola familia
cubana", gritaron en el escenario y bajo este, a manera de estribillo
o consigna camuflada a desgano.

Gracias Juanes, por la buena fe. Esperemos que tu deseo no tarde en cumplirse.

Al respecto algo es seguro: para ello, hace falta más que aplaudir.



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I
Juan Carlos Flores es un extraño escritor, su poesía parece decirnos que las palabras sobran. La economía de la letra se impone, se vuelve mineral, bajo un tranquilo fluir de las páginas. ¿He dicho bajo? Más bien ha sido inverso, diagonal, cual una superposición de vigas. Libro-galería, Un hombre de la clase muerta, antología poética personal –selección de sus tres cuadernos de poesía– compromete un despliegue topológico atravesado por incipientes zonas de lectura. Los trazados se entrecruzan y engañan, los planos desaparecen. Lector y escritor se topan continuamente con la posibilidad de encontrarse, perderse de vista o desvariar. Ambos visitantes de una extensión finita, aunque múltiple. Flores conforma sus libros, y en especial esta antología recién publicada por Editorial Torre de Letras, en tanto estructura móvil, arquitectura de la potencia. Bajo una inspiración que parece prefigurada desde las cercanías a un Cornelius Escher, la aparente precariedad de los cortes laterales o el murmullo seco del constante levantar de paredes ciegas, no escatima la escritura de superficie, escritura de la inmanencia. Galerías y más galerías: las habitaciones permutan, las paredes desaparecen. Se trata de hacer un recorrido, de entrar y salir.

Así, en el primer libro tenemos toda una galería dedicada a poemas marginales, mientras en El Contragolpe aparecen la galería mujeres o la galería artistas. ¿Pero quién puede nombrar en verdad estos espacios, asentar trayectorias? Cuando decimos “se está cerrando un círculo…”, hay un círculo que se abre en las inmediaciones de aquel. El círculo permuta. Entrar o salir a un(os) territorio(s) de un poema es correr el riesgo de no salir, de hacerse otro. Aún más, leer poesía es asumir ese riesgo, propiciarlo. La materia poética se resiste a nuestra necesidad de abolir el ritmo.

Como Pound o Withman, Juan Carlos Flores echa de menos una tradición. Pero esto no le abruma. Bebe de aquí y de allá, digiere lo que puede. Como ya hemos dicho, se alimenta de piedras (1). En Flores la palabra no se “oye con los ojos”, como en Brull, sino que se reduce a piedras. Tampoco hay “sabor del saber”, como en Armand. En Juan Carlos es movimiento geológico, intestinal: la piedra es a la boca lo que a los ojos: piedra y nada más que piedra. El culto a la abundante comida o a las sabrosas sorpresas de la letra, tiene su dique aquí. No se espere juego, lucidez, belleza intelectual, entendidas como la entiende la ciudad literaria, o su resaca. A este poeta le molestan dichas maneras; la alegría autocomplaciente, contenida en las tres, es la que define esta ausencia. Su poesía es moderada, y no tiene danzas o marchas: arrastra los pies. Gusta de manifestarse con los signos de la misma decadencia (ruina) que la palabra manifiesta. Ya no las ruinas de Mariano Brull, ni las que encuentra Octavio Armand en Lezama. Es una Troya desierta, sacudida solo por esa risa tenue, persistente, que crece en nuestras barbas.

II
¿Humor en Juan Carlos Flores? Al traspasar el umbral de Un hombre de la clase muerta nuestro cuerpo se encoge, se agrieta la experiencia. Somos mofetas, saltamontes, hombres-leopardos, un viejo, una gorda peninsular, el repartidor de biblias. Hemos entrado al territorio del sarcasmo. Al territorio de la experiencia común. ¿Cuánto tiempo tardaremos en reír?

Juan Carlos Flores no narra a una sola Troya. Describe Troyas, muchas Troyas que se suceden ante la mirada estupefacta. Son los restos de una guerra, de una Troya, pero a la vez estos se inscriben sobre las tantas ruinas dejadas en la experiencia cotidiana. Las pequeñísimas Troyas que componen la vida de un hombre cualquiera. El ciudadano, fastidiado del César. El hombre, cansado de las ciudadanías. La escritura es menor, busca llenar las bacinillas vacías del hospital literario con un poco de saludable orín. O de enfermo orín. La enfermedad, esa zona subyacente a la vida y que toda escritura social pretende mantener desterrada. Cierto es que cuando Trotsky habla de un “emigrado interno”, parece que nombrara alguna suerte de padecimiento fisiológico; el padecimiento fisiológico que sufre un Estado. Sólo que ninguna ideología de Estado hasta hoy se ha alimentado de La enfermedad como camino

Para Juan Carlos Flores no hay poeta de la Revolución cubana. La Revolución en nuestro país no ha dado abejas reinas que produzcan su miel a partir de las libaciones sociopolíticas desencadenadas en el proceso histórico. Reinaldo Arenas, dice Flores, lo ha sido un poco desde la narrativa. Asentimos: un enorme abejorro perturbador. Mucho enjambre, poco abejar. Desde el poema, sólo yo me he atrevido, continúa Juan Carlos, hay que ver el carácter eminentemente revolucionario de mi poesía. Cíclica, giratoria del hecho poético, mis textos llevan a cabo incesantes, convulsas “revoluciones”. Tantas revoluciones por minutos, el “no-cumpleaños” de Carroll, celebrado hasta el cansancio en un reino fuera del tiempo. En este caso, el poema.

Reinaldo Arenas es también el individuo atrapado por el Estado, incapaz de sustraerse de sus redes, calado hasta los huesos por estas. Arenas no pudo librarse del régimen del que escapó físicamente. Su lucha para con este duró lo que su vida adulta, dentro o fuera de Cuba. Es la angustia de un individuo frente a un sistema, que se revierte en producción literaria, gigantesca parodia, pero también monstruosa agonía que en el texto vuelve a erigirse como máquina demoledora del sujeto que escribe.

Kafka, quien supo mantenerse a salvo pero huyendo de sus magníficos castillos de tinta y papel, poseía ese humor sarcástico, casi un pus de la lengua enferma, que supo ver Kundera y que es reconocible a su vez en las páginas de Flores, especialmente en su libro El Contragolpe.

Es sencillo el tejido, pero apunta en su avanzar tranquilo, sosegado aunque adolorido, a las zonas más vulnerables, más blandas, del cuerpo nacional.

III
Un hombre de la clase muerta es un libro que permite vislumbrar ciertos itinerarios. En poemas como El viejo (2), de su primer libro Los pájaros escritos, están presente con claridad los síntomas que explicitan luego sus posteriores cuadernos: la circularidad como progresión del texto, o más bien, como modus operandis; las reiteraciones; el poema en prosa a la manera francesa de un René Char o un Frances Ponge (la prosa es presentida desde su primer cuaderno; ya entonces no son versos sino líneas, y el fraseo se constituye según oraciones gramaticales); la economía mineral del lenguaje; una voluntad de utilizar la página en tanto espacio para distribuir sobre ella ciertas intencionalidades gráficas. En el primer libro, la puntuación es aún deficiente y arrítmica respecto del texto (lo que puede verse en particular claridad en El viejo), y aún persiste entre corredores cierta elocuencia, que aunque se muestra ya agotada, engalana, como para lecturas de salón, la sequedad innata de los textos. La segunda versión de este poema, que aparece en su segundo libro, titulada para entonces La silla (otra lectura, otra versión) (3), marca las diferencias que van de Los pájaros escritos a su segundo libro Distintos modos de cavar un túnel, publicado diez años después. Aunque este poema resulta aún deficiente, consideramos una lástima el que sea suprimido de la antología, teniendo en cuenta que su presencia hubiera servido al lector para apreciar la transición del primer poeta, aún en ciernes, al poeta de hoy.

Si algo caracteriza a esta antología es su carácter de anti-antología, ya que el criterio de selección de los poemas no se basa tanto en la calidad de los textos –aunque si lo observa, lo que comprobamos en el chapeo oportuno que hace de los tres cuadernos–, ni en un sentido de mapeo de la obra abarcada. Los poemas son tratados al igual que en sus otros libros, como piezas de una pieza menor, estancia circunstancial, habitáculo. Cual si fueran los últimos poemas que vieron la luz, escogidos desde esa mirada circunstancial, para armar el libro más reciente. En este sentido creemos que esta antología viene a ser un cuarto libro del poeta, donde el relato de los textos seleccionados es una reescritura más que una compilación. Ello tiene un valor, un valor que sólo puede adquirir una antología poética si es hecha por su autor. Es visible además la apretada síntesis del libro, que apenas cuenta con transiciones, ni con poemas malos o flojos. La antología ha sido desyerbada con ahínco y se extrañan esas malas hierbas que pudieran provocar la contingencia, algún accidente en la lectura. Es por ello que Un hombre de la clase muerta amenaza con parecer una única galería, la galería de un museo, donde vemos los cuadros almidonados y tensos en su postura de sostener la pared y totalmente eclipsados por una curaduría monótona. A nuestro entender, no llega a tanto, aunque cierto hedor a ambientadores casi nos hace presentir la rigidez en la espalda de un vigilante de obras de arte. Poemas que saltan a la vista del lector en El Contragolpe, son sencillamente pasados por alto en la antología. En el dojo (4), texto de radicantes autobiográficos, donde se roza oblicuamente la automarginación en el contexto de una sociedad en crisis, sumida en los dictámenes de un régimen que clasifica, en términos maniqueos, la experiencia, a nombre de partidos u orientaciones de Estado. También falta la excelente pieza Días de 1834 (5), en que la prosa se vuelve notablemente eficiente y singular. Así mismo Tren a Vegas (6), que toca su última estrategia ante la vida y la poesía, la del retirado de la “ciudad criminosa”, y su acercamiento a cierto ethos de la idiotez. O el poema El Contragolpe (7), que finaliza y da nombre al libro, y que contagia al lector de ese “humor” presente en toda su obra; la ironía punzante, autoparódica.

Celebramos esta nueva aparición de Juan Carlos Flores, “escribano de las minucias”, hombre de la clase muerta:

(…) ser quien escribe o quien habla es habitar en un cementerio,
pero dentro de una fosa común. (8)

Reseña publicada en el número más reciente de la revista Encuentro de la cultura cubana (51/52, Madrid, 2009).

NOTAS

(1) Lizabel Mónica. Texto de presentación a El Contragolpe, el 23 de octubre de 2008, en Torre de Letras. Inédito.
(2) Juan Carlos Flores. Un hombre de la clase muerta. Antología poética (1986-2006). Editorial Torre de Letras. La Habana, 2007. p. 40.
(3) Juan Carlos Flores. Distintos modos de cavar un túnel. Ediciones Unión. La Habana, 2003. p. 32.
(4) Juan Carlos Flores. El Contragolpe (y otros poemas horizontales). Editorial Torre de Letras. La Habana, 2007. p. 76.
(5) Ibíd. p. 88.
(6) Ibíd. p. 82.
(7) Ibíd. p.103.
(8) Juan Carlos Flores. Poemas encontrados. Un hombre de la clase muerta. Antología poética (1986-2006). Editorial Torre de Letras. La Habana, 2007. p. 127.



Police washing car_Cuba 289Image by hoyasmeg via Flickr

Reproduzco el artículo de Jorge A. Sanguinetty Preparándose para un cambio, sumamente atinado, y cuya estrategia civil considero de gran valor para la sociedad cubana.


Más que pretender preever con exactitud cuáles serán los cambios por venir, que vendrán, como dice Sanguinetty, tarde o temprano, se trata de actuar oportunamente allí donde nuestra sociedad civil -y al final no es sino de nuestra sociedad civil de que se trata todo esto- es más vulnerable: en su propio seno. Es importante, sobre todo, y como he dicho otras veces, que cada individuo asuma su propia responsabilidad, y mientras más individuos capaces de asumir la responsabilidad por su propia vida existan en nuestra isla, menos susceptibles seremos como colectivo a caer dormidos en los brazos de cualquier política paternalista o autoritaria.

Para ello, claro está, falta un buen trecho. Pero de eso se trata, abrirnos paso generación tras generación. Nunca seremos perfectos (y es mejor si no lo intentamos), pero al menos así tenemos la esperanza de llegar a ser más felices.


Preparándose para un cambio

Jorge A. Sanguinetty

Inexorablemente, se va acercando el momento de que haya un cambio de gobernantes en Cuba y es muy probable que también haya un cambio en la forma de gobierno. ¿Qué clase de cambio? Nadie lo sabe. Pronosticar el cambio político de una sociedad es más difícil que pronosticar el estado del tiempo. Pero no saber qué cambio, ni cuándo ni cómo va a ocurrir no es una justificación para no hacer nada. Si la sociedad cubana en su conjunto se queda impávida frente a los diversos rumbos que puede tomar el futuro, corre el riesgo de que se encaramen en el poder personas que no representen el interés nacional sino el de ellos personalmente.

El ciudadano aislado, que ha vivido por muchos años a expensas de las decisiones de unos gobernantes que no ha elegido y sobre los cuales no tiene influencia alguna, debe prepararse para alguna forma de cambio. En lugar de intentar pronosticar cambios puntuales en una sociedad a partir de una situación dada, lo más seguro es tratar de prever las clases de cambio que pudieran ocurrir. Por ejemplo, en el caso de Cuba yo diría que es muy probable que un cambio futuro de gobernantes se vea seguido tarde o temprano por un aumento en los grados de libertad que los ciudadanos van a llegar a disfrutar.

En el análisis que sigue no voy a incluir consideraciones sobre un cambio violento que independientemente de que sea socialmente indeseable, es menos susceptible a una preparación como la que estudiamos aquí. Dado que actualmente la economía cubana ha llegado a un estado muy precario, como resultado de que el gobierno ha restringido aquellas libertades necesarias para producir eficiente y abundantemente por miedo a perder el poder, como sucedió en la Unión Soviética, yo creo que es muy probable que un nuevo equipo de gobierno se sentirá obligado a levantar algunas restricciones para evitar una crisis de mayor envergadura. Es razonable pensar que los próximos gobernantes de Cuba enfrentarían serias dificultades en el país si no introdujeran medidas que mejoren la calidad de vida de los cubanos.

Entonces la cuestión es explorar cómo debe prepararse el ciudadano común para una sociedad en donde pueda tener más libertad para emplearse, para montar una pequeña empresa urbana o rural, reparar o construir una vivienda, comunicarse con el extranjero, leer y estudiar lo que le plazca, viajar, ser propietario de bienes productivos, comerciar libremente, ahorrar, fundar una institución, pertenecer a un club, etc. Por supuesto, el catálogo de libertades individuales es mucho más amplio, pero podemos comenzar con éstas.

Hay muchos cubanos y cubanas que no se resignan al estancamiento actual. No sabemos cuántos pero mientras más ciudadanos se preparen para un cambio futuro, mejores serán las condiciones para que dichos cambios ocurran y les favorezcan. Lo primero que hay que hacer para prepararse para el futuro es no resignarse a la situación actual, no ser indiferente, pues la apatía favorece al estancamiento y le da razones y fuerzas a los que quieren gobernar para usufructuar el poder a su favor a costa del país. Por eso el ciudadano que quiere prepararse para el cambio y quiere propiciarlo tiene que comenzar a discutir con otros ciudadanos sobre el futuro de ellos como individuos y el de sus familias. Hay que discutir sobre qué es lo que les gustaría hacer y qué se puede hacer desde ahora, aún con las limitaciones existentes.

Como que una de las actividades más importantes es la productiva, tanto de bienes como de servicios, se puede hablar mucho de cómo prepararse para producir más y mejor. A pesar de todas las restricciones, existen espacios que el ciudadano que quiera progresar puede aprovechar. Se puede pensar, por ejemplo, en cómo adquirir nuevas destrezas de las que hacen falta, como en los oficios relacionados con la construcción, dado que Cuba necesitará un esfuerzo masivo en rehabilitar sus casas, edificios e infraestructura de todo tipo. Otra de las destrezas que se necesitarán es en las técnicas de contabilidad, para poder introducir más organización en el manejo de las empresas. Una modesta liberalización de la pequeña empresa abriría puertas para toda suerte de actividades que los cubanos necesitan, como: talleres de reparaciones, expendios comerciales, consultas médicas, servicios legales, medios de transporte, academias educativas, servicios personales, cafeterías y restaurantes, publicaciones periódicas, etc.

Es una pena que el miedo que el gobierno actual le tiene a perder el poder porque supone que una liberalización económica pueda acarrear otras formas de libertad política les prohíba a los cubanos alcanzar una vida decorosa. Se suponía que el socialismo, guiado por el Partido Comunista, desarrollaría la economía nacional y elevaría el nivel de vida de los ciudadanos, pero no ha sido así. El fallo del sistema de gobierno y de los gobernantes actuales en cumplir con esas promesas y con las consignas enarboladas en tantas ocasiones durante cincuenta años, pone la responsabilidad del cambio en manos del ciudadano común.

Lo más importante que puede ocurrir para sacar al país de su estado actual de atraso e inmovilidad es la toma masiva de conciencia de la ciudadanía acompañada de una fuerte determinación de prepararse para el futuro. No hay que esperar por grandes movimientos colectivos coordinados. Si cada uno actúa en función de sus legítimos intereses personales, todos conjuntamente contribuirán a crear las condiciones del cambio que llegará tarde o temprano.

www.cubafuturo.org


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