La amistad es extraña, y difícil. Conocí a Jaad --nombre cariñoso para Jorge Alberto Aguiar Díaz-- cuando tenía tan sólo 17 años, y asistí a mi primer taller de literatura. Taller literario, aún hoy la frase se me antoja imprecisa, caricaturesca, quizá como debe serlo la antesala a esa curiosa costumbre de quedarse a solas con las palabras, para llevarlas luego hacia el sitio ambiguo donde intimidad y voz colectiva se confunden. Jorge (nuestro futuro Jaad), era el asesor de aquel taller primigenio. Allí, bajo un mismo techo, acaso relativo a la influencia del asesor y amigo más que a la arquitectura casual de los distintos recintos que albergaron nuestras tardes literarias, se conformaron relaciones que aún hoy se mantienen vivas, aunque el desgaste del tiempo haya dejado en ellas ciertas marcas del azar imposibles de evitar. Seguimos escribiendo, y varios de nosotros ya no dejaremos de hacerlo jamás. Jaad tiene mucho que ver en ello. 1999-2009, hace ya diez años que le tenemos, escritor y amigo, amigo y asesor, amigo. Nos complace decir, Jaad, ya no hay manera de deshacernos de ti.

Hace un año, creo, viajamos a Cárdenas. Fuimos juntos a algunos lugares, descubrimos el extraordinario Museo de Varadero, perdido en un mapa turístico que sólo parece comprender la playa y diversos centros de recreación. La foto que dejo al final de este post pertenece a ese viaje. Fue tirada un poco antes, o un poco después, de que nos sentáramos en un pequeño banco de un parque a conversar. Antes o después, da igual. Hay fotos de los dos caminando por el parque, hay fotos incluso de cuando nos sentamos nos sentamos a descansar. Pero a veces lo explícito no es lo que debe mostrarse. Es decir, lo explícito, de muchas formas, es lo que menos aporta a la construcción del relato. Jaad y yo, cuánto ya dicho, y no obstante, cuánto por decir. Diez años de mis 27 años de vida; de distintas maneras has estado ahí. Y pienso lo seguirás estando. Una amistad, creo, no se define por lo que hace evidente, sino por todo aquello que permanece latente sobre ella como promesa, por todo aquello que se inscribe en un tiempo inactual, en una página aún en blanco. La literatura dejaría de existir para nosotros, quienes escribimos, si dejáramos de proyectar muchas de las páginas que sucederán a la que tenemos delante, justo frente a nuestros ojos. Antes o después de ese banco, yo estaba sola, y el ojo de la cámara, certero como pocas veces, lo captó así. Pero esa soledad, como la de la literatura, no es tal. En ella nos encontramos con nuestros mejores amigos. En ella dialogamos con ellos más intensamente que nunca. Es una celebración silenciosa, donde lo que percibimos es la partitura única de la unión de dos voces diferentes. Hace falta cierta fe para sentir la página que aún no se ha visto, y es imprescindible una fe similar para escribir la continuación de un diálogo a través del tiempo.

La amistad es extraña, y difícil. Porque extraño y difícil es el encuentro. Allí donde estoy sola, puede leerse la presencia de Jaad. Es esa la mayor prueba de que hay algo de mí en él, y mucho de él en mí. Creo que es eso la amistad.



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