La foto (por Lia Villares) es de mi lectura en el Café Bar Emiliana.
Les debo fotos -que las hay- de los susurros.



El pasado viernes 16 de octubre hubo Café Emiliana. Encuentro delicioso, donde no hay ni "peña" ni reunión literaria, sino eso, sólo encuentro, diálogo entre escritores, lectores, músicos, y personas de paso. Antes de comenzar el café, que no pretendo reseñar --el que desee asistir puede escribirme para mantenerle al tanto de estos encuentros que no tienen fecha fija, y de los cuales su anfitriona nos avisa una semana antes--, Soleida Ríos, su coordinadora, quiso que algunos invitados o voluntarios cercanos al café la acompañaran en una acción poética en el parque de la Plaza de Armas. Debíamos leer, a quienes se dejaran, un puñado de versos de otro autor (no de nuestros poemas) "de nuestra lengua". Con este fin, cinco personas salimos de las puertas del Palacio del Segundo Cabo (Instituto Cubano del Libro), en cuyo patio acontece el Café Bar Emiliana, hacia el parque y sus alrededores a las 3:30 aproximadamente, y quedamos en reunirnos otra vez en el punto de partida media hora más tarde.

¿Escribí acompañar a Soleida en la acción poética? En verdad nadie acompañó a nadie. Una vez que cruzamos la calle hacia el parque no volvimos a encontrarnos hasta que todo terminó. Cada cual fue a buscar sus lectores-escuchas entre la gente y entabló con ellos un intercambio dual, sin intervenciones de terceros o testigos. Luego, al llegar al Café Emiliana, nos narramos entre nosotros la experiencia, y la hicimos pública al final del espacio para cerrar con broche de oro la tertulia.

¿Conclusiones? Todos los susurradores encontramos a un público dispuesto a prestar su oído primero, y después un poco más de sí, a aquellos poemas inesperados. Para hacer uso de mi propio caso diré que por unos instantes, quien escuchaba y quien declamaba (ambos de pie pues yo decidí asaltar al caminante) fuimos transportados hacia un lugar fuera de contexto, acaso sin nombre o con la posibilidad de muchos nombres, donde las palabras nos suspendían para resonar a solas y sin interrupciones.

Agradecida, Soleida. Y maravillosa la idea de continuar con esta práctica antes de cada Café. Podrás volver a contar conmigo. Agradezco también a quienes tuvieron a bien ser mis oyentes, o los oyentes de la poesía que canalizaba mi voz, cautivados ellos y yo como mediadores de la creación atinada de un tercero ausente. Es diferente a leer para sí mismo; es diferente a escribir a solas para el otro. Como no sé sus nombres -y tampoco saben el mío- por si leen estas líneas aquí dejo el saludo por los minutos compartidos: a una de las barrenderas del parque de la Plaza de Armas; a quien encantaron los dos poemas de Octavio Armand, a la madre y la niña que iban apuradas pero que sacaron tiempo para paladear conmigo los poemas de Lorenzo García Vega y Juan Carlos Flores; a los dos jóvenes militares que tras escuchar aquel conocido poema infantil "¿Quién hizo el cielo? / ¿Quién hizo el mar? (...)" (para entonces me había quedado sin material que leer) con quienes sostuve aquel inicio de debate sobre los espacios culturales que debí interrumpir lamentablemente por la hora ya cercana a mi lectura en el Café. También para aquellas mujeres sentadas en el parque que disfrutaron muchísimo Lo escatológico es un haikú, de Lorenzo.

Dejo la selección de poemas leídos. Para que todo no quedara como "actividad cultural" cada oyente se pudo llevar a su casa para deleitar con los ojos y a solas lo que deleitó con el oído en la plaza. Coloco también aquí la convocatoria para quienes quieran sumarse a susurrar poemas a oídos del desconocido que transita la ciudad en el próximo encuentro de diciembre. Contáctanos y te diremos lugar y hora.



Mi selección de poemas (dos poetas del exilio cubano, un poeta del incilio nacional)



De Lorenzo García Vega

Esto, casi insoportable

Bajas las persianas del cuarto, y ¿qué hace mancha de tinta sobre la desvaída cartulina de esta noche? Recuadrería con: voces, cercanías. Si en otra ocasión la lección hubiese podido decir de un murciélago, o... Pero lejanamente solo / traduzco, o identifico, un garabato.

¿Qué más hay?, ¿un álamo? No importa. Nada importa.

Y el garabato --contraseña-- que quizá como la contrahecha sombra --¿fingida contrahecha sombra?-- de una de mis dos manos.


Lo escatológico es un haikú

Cápsula 1

Viajemos como un zapato / en otra época (¿aquello se llamó la infancia?), fuimos / teníamos un revólver de lata.
Cabinas, la zeta, nombres: eso fue así / Un disparate donde me resguardaba, cuando tenía fiebre.
Me meo a la ligera, ahora / Ahora estoy también cansado de mear.
Como es que, cuando puedo, me pongo a ver una película silente.
Esto que estoy diceindo acabará, en algún momento, por significar algo / No lo dudo, asomará por los bolsillos de los lectores: mis futuros lectores / En ese momento del más allá en que yo estaré absolutamente curado de la próstata / Bendito sea el Culo, y su hijo Jesús / Todo lo demás, hasta la muerte que se aproxima, puede ser que no valga la pena.

Cápsula 2

Me visto y peino a la perfección (o, al menos, eso es lo que imagino).
También el glande, los pendejos, el culo. Todo eso que pudiera llevar a la perfección (es un decir).
A mí me resulta un poco jodido contarme este mini-cuento que ahora me estoy contando.
Los disparates (Dios también puede hacerlos) se pueden diseñar para el mal olor de ciertas noches. / Todo encuero, todo nalgas abiertas, para esta procesión que ya no sólo va por dentro, sino que también va por fuera.
La ropa interior de un loco es ese tejido ontológico que requiere una preciosa elaboración.

Cápsula 3

Puedes lamer toda la mierda que quieras, puedes ver el culo que quieras. Al fina y al cabo, tampoco, ningún espejo implica ningún compromiso.
O eso que digo se diría, si es que, un poco más, se pudieran limar las nociones ontológicas.
Llegaron (oh dulce canción de los locos) a pura prueba de chaleco de bala. O, si se quiere, a prueba de Oxímoron.
No hay duda que los Padres fueron la autoridad, aunque después, cuando quedó el desierto (pero ¿cómo uno va a explicar eso?), parece que la candela quedó para ser contada (?).
Pero ¿por qué no dejo de cruzar por ese río de disparates? No debo de seguir cruzándolo, y más sabiendo, como efectivamente lo sé, que ese río no existe.

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De Octavio Armand

Abrir el cuerpo

       Abrir   el   cuerpo   bajo   la   lluvia.  Abrir  la  lluvia. En  la  calle,  una  paloma  muerta:  pegote  de vísceras y plumas. Argamasa/amarga masa. El poema es la paloma: interrumpida,  rota.  Tú  leerás  arena  y  sangre. Maja   y majada.  Forma   de  formas.  Forma,  deformas.   Leerás. La  mano toca al corazón, que se desmorona manchando. Las  palabras caen  y  disuelven  una  piedra: dicen  hielo a   la   piel,   irreprochables.  Ruina/raíz:   es   oscuro   el  árbol   en   la   noche.  Sus   frutos   brillan.  Sus  semillas   –negrísimas–  son estrellas enterradas. Ruina/raíz: despedazado  crecimiento: gajo y desgajo: aquí comienza la pequeña  construcción, gotas. Eso, abrir el  cuerpo bajo la lluvia,  como los  muertos. No  hay otra perfección. Basta.



Escrito en arena


¿Por qué has vuelto? ¿Quién eres?
Tu casa flota, no pesa más que la lluvia
El espejo te despeina, te deshace, soplando
No te reconoces. Te pareces a cualquiera
Eres nadie. Nadie te reconocería.

Tu historia ¿Qué dice? ¿cómo te delata?
Como el carey borra su rastro
La sangre, repetida
El nombre de tus padres, enterrado
Arena, mar. En vano. Todo en vano.

Que el viento borre tus palabras
Que borre tu rostro diciéndolas
Que borre tu mano escribiéndolas
Que borre tu cuerpo sufriéndolas
En cada palabra mueres. 

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De Juan Carlos Flores

ZAPATEO

Toc toc toc toc: El aparato de motor roto y sin continuidad, otro feo cadáver, sobre el jardín de rosas monocromatizadas, meadero para vulgares perros citadinos, a fin de cuentas, donde lo muerto es carne procesal, alimento de lo sagrado, y tras cada banquete engorda el ego grupal de comensales, me pidieron escribiese página obituaria.
Toc toc toc toc: El aparato de motor roto y sin continuidad, otro feo cadáver, sobre el jardín de rosas monocromatizadas, meadero para vulgares perros citadinos, a fin de cuentas, donde lo muerto es carne procesal, alimento de lo sagrado, y tras cada banquete engorda el ego grupal de comensales, me pidieron escribiese página obituaria.
Toc toc toc toc: El aparato de motor roto y sin continuidad, otro feo cadáver, sobre el jardín de rosas monocromatizadas, meadero para vulgares perros citadinos, a fin de cuentas, donde lo muerto es carne procesal, alimento de lo sagrado, y tras cada banquete engorda el ego grupal de comensales, me pidieron escribiese página obituaria.

En vez de la página solicitada, este zapateo sarcástico.

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