Tania Bruguera

Arte de Conducta


Texto leído por Tania Bruguera [1] durante la segunda sesión de
Debates, el pasado marzo, a propósito de su proyecto Arte de Conducta.
Publicado en la red por la página Debates

Recuerdo que mientras estaba en Chicago estudiando mi maestría en
performance respondía a quienes me preguntaban ¿a qué me dedicaba?
¿qué era un performance artist? Mis interlocutores, cuando no formaban
parte del mundo del arte, de inmediato preguntaban alegremente si
cantaba o bailaba, y en los mejores casos, en qué obras de teatro
había participado. Con cierta pena por tener que desilusionarlos, les
empezaba a explicar lo que realmente hacia y les ponía ciertos
ejemplos. Aquel ejercicio me ayudo mucho a pensar en la inoperatividad
del termino performance.
 
Comencé a buscar otra manera de nombrar lo que hacía, una forma
diferente que, aunque no fuera precisa, por lo menos pudiera ser
relacionada con un cierto tipo de espacio y actividad en la sociedad,
que no fueran el entretenimiento ni el espectáculo.
 
El hecho de no poder ni pronunciar bien la palabra performance también
me hizo pensar bastante en si quería hacer algo sobre lo cual no
sentía un dominio absoluto, precisamente porque no me pertenecía
culturalmente.
 
Por aquel tiempo estaba leyendo para una clase de antropología un
texto de Foucault en el cual una y otra vez de manera casi excesiva,
el autor introducía la palabra behavior como causa, explicación y
demostración de eventos en relación con el poder.
 
Mi primer trabajo al graduarme del ISA (Instituto Superior de Arte) en
el verano de 1992, fue en la fundación ecologista que estaba creando
Tomas Sánchez, específicamente en su programa mas utópico -y que me
parecía mas bello- que era el de tratar de transformar la vida de un
grupo de personas a través del arte. Ese grupo de personas eran niños
menores de edad con trastornos de la conducta en la Escuela de
conducta de Guanabacoa [2] . En septiembre de ese mismo año Arturo
Montoto, Jefe de Departamento de Pintura del ISA., me pide que vaya a
dar clases en ese departamento. La intensidad de lo que experimente en
los meses que estuve compartiendo estos dos mundo de manera
simultanea, me hizo pensar incesantemente en lo separado y lejano que
estaba el mundo del arte de la vida real, aun cuando lo tratara como
tema, su inoperatividad para realmente transformar algo mas allá de su
propio lenguaje, del pequeño mundo al cual accesaba y su privilegio.
 
La palabra conducta, que había visto hasta entonces en su acepción
relacionada con los modales -dos veces en un espacio de 7 años de
distancia- llegó a mi para redefinirse. La primera, como nombre de una
escuela que realmente era una prisión suave, sin barrotes; la segunda
como la manera de manifestación del poder. Al buscar su traducción vi
que está asociada también con traslación, conducción, de un punto al
otro.
 
Durante esa época me propuse unir ambos mundos. Mi primer intento fue
tratar de hacer obras mas "realistas" como continuar de una forma mas
radical el proyecto de Ana Mendieta y la creación de memoria de la
posguerra, donde me proponía, entre otras cosas, la transformación de
ciertos espacios en la sociedad a través del arte.
 
Desgraciadamente ese camino se frustró y comencé a hacer performance.
 
No reniego de esas obras pero si de su morfología, las veo solo como
parte de un proceso de aprendizaje y des-aprendizaje.
 
El performance es ya una Academia con una tradición contra la que hay
que trabajar.
 
Varios artistas han llegado a la misma conclusión: Klein con su
karate, Tina Modotti con su lucha, Duchamp con su ajedrez, Beuys con
su partido verde. ¿Qué le falta al arte? ¿Qué es lo que no es
suficiente?
 
Las obras al entrar en un museo mueren porque mueren las posibilidades
de lecturas, son lugares donde se imponen significados a través del
poder de la institución, precisamente por haber dotado antes de
significado a otras obras y haberlo podido sostener y legitimar. Y el
arte se convierte en una cadena de soluciones a un lenguaje que opera
dentro de su propio lenguaje, casi como una ciencia pero sin las
posibilidades utilitarias.
 
El performance fue una alternativa al poner en crisis las estrategias
de legitimación de la institución. Esa etapa ha terminado y ahora el
performance representa en vez de presentar.
 
Hay muchos artistas en el mundo haciendo arte de conducta desde mucho
tiempo atrás: Adrian Piper, David Hammons, Francis Alys, por solo
nombrar algunos y de los más conocidos. Hay otros que han hecho
algunas obras de conducta aunque esa no sea la dirección de su
investigación artística.
 
Cada cierto tiempo regreso a las frases ontológicas en las cuales
reza: todo puede ser arte y todos pueden ser artistas. ¿Es nombrarlo
lo que lo diferencia? ¿Es la autoridad y legitimidad de quién lo
define? ¿Es la actitud? ¿O es la conciencia del acto? Arte siempre se
ha dicho que puede ser cualquier cosa aunque su connotación más usada
es la de la habilidad técnica de hacer algo de manera insuperable.
 
El artista es un elemento de la sociedad conciente de las
connotaciones simbólicas de los actos y los gestos, es un estudioso de
los significados. El ser humano habla a través de su conducta, es el
medio que tiene para expresarse y es un elemento de la sociedad
conciente de las significaciones simbólicas y la trascendencia de sus
actos. Ser artista es estar conciente de este proceso, de que la
conducta es su medio expresivo y utilizarlo de manera insuperable. Y
lo que se llama sensibilidad artística es estar abierto y pendiente de
nuevas combinaciones de significados.
 
El poder trabaja con la metáfora, mientras que es en la conducta donde
la sociedad hace su labor más ferviente de modelación de significados,
es el campo de batallas a la vez que el medio por el cual se expresa y
se dan los resultados de esa batalla.
 
Los lugares de indefiniciones son los mejores para el arte por sus
posibilidades de libertad, y son a la vez los mas temidos por el poder
precisamente por la dificultad de poderlos aprehender. Es por esto que
todo se transforma en Academia, deviene en norma. La ventaja que le
encuentro a la conducta como elemento de creación es su posibilidad de
ser útil, su medio de documentación y su trascendencia:
 
El arte ha jugado con la posibilidad de ser útil cayendo en vacíos
existenciales de sí mismo.
 
- La documentación, porque aun cuando el performance se ha valido del
video y la fotografía, su elemento más importante que es la
experiencia no es captado y se pierde. Esa manera de documentar es un
proceso en el cual una experiencia se convierte en una imagen y
utiliza recursos venidos del mundo del arte. Quizás una manera mas
efectiva de documentar un performance (documentación como una guía de
instrucciones) es rehacerlo. Hay dos opciones, la historicista que
trataría de reconstruir exactamente la acción y que nos daría la
perspectiva de una época, y la otra la de contemporarizar la obra al
traducirla a las nuevas circunstancias y lugares de su exhibición. La
conducta sin embargo, trabaja con la vivencia convertida en memoria,
la tradición oral y el rumor. Lo que me atrajo para hacer performance
fue la posibilidad de este medio de ser una vivencia que se documenta
a través de la memoria.
 
- La trascendencia, porque la conducta se incorpora a la vida social
de generación en generación sin perder los significados. Lo válido de
esto es que mientras esa trascendencia trae consigo la pérdida de la
referencia originaria (autoría), sin embargo no pierde su significado
o mensaje, por el contrario, esta abierto a más y nuevos. Con las
últimas megaexposiciones temáticas del impresionismo y el
post-impresionismo, por citar alguna, la sociedad y el mundo del arte
esta tratando de hacer esto, incorporar al mundo referencial cotidiano
por ejemplo, una imagen de los girasoles de Van Gogh. La
popularización de una obra de arte desde su posición como obra de
arte, no puede dialogar solo imponerse desde su poder (que existe
porque las personas que no estudian el arte creen no entenderlo y por
esto se sienten en desventaja, y lo están) y su concepto de belleza
que no es algo utilitario, o por lo menos así ha sido. La obra pierde
las lecturas y se convierte en una imagen pura.
 
Es por esto que el cuerpo es un medio y no un fin y los limites que me
interesa tratar no son los de mi medio sino los de la sociedad como
ente vivo.
 
La ética es el cuerpo represor del arte a la vez que una de las cosas
contra y con las cuales trabajar, porque es la manera en la que se
concentran las conclusiones operativas de la sociedad que han sido
creadas a través de la experiencia acumulada, pero es en su elemento
reaccionario, cuando al tratar de sobrevivir reprime para no ser
desestabilizado, es como un punto de sostén, de equilibrio de la
sociedad y el conocimiento.
 
Ya desde el performance la estética no existe, creo que es uno de los
grandes aportes que tuvo antes de canonizarse (momento en el cual
comenzó precisamente a plantearse cánones estéticos mas establecidos),
en performance es estético aquello que viene desde su operatividad,
desde la coherencia y lo consecuente que se sea, eso es lo que se
convierte en bello, eso es lo que se convierte en forma. Es una
estética que parte de la ética no de las formas. Las formas en
performance se establecen a partir de las acciones y la carga
semántica que estas puedan tener. Las decisiones de los elementos que
se van a utilizar, de las acciones y los lugares en los que se va a
hacer están basadas no en lo bello que se puede ver, sino en lo
efectivo que puede ser. El gesto que puede o por lo menos intenta.
 
Hubo muchas personas por ejemplo que me preguntaban por que en vez de
comer tierra yo no comía chocolate granulado, es precisamente por
esto, porque la belleza del performance no está en aparentar sino en
su posibilidad de ser. El arte de conducta lleva esto a un nivel más
agudo. Es una de las ventajas mayores que tiene sobre otros medios
artísticos, es lo que le da la opción de ser más conceptual,
precisamente por no estar tan sometido a la preocupación por la forma.
 
Otro elemento importante venido del performance es que trabaja con la
vulnerabilidad, en este caso la vulnerabilidad vista como la
información dada, el acceso a información que normalmente son
protegidas. Por ejemplo, cuando una mujer esta desnuda es la
información que sobre sí misma nos está dando y que no es usual tener
lo que le otorga vulnerabilidad.
 
Si las palabras traen consigo un mundo de asociaciones, entonces si
performance art se asocia con performing art, y por ende con el mundo
del espectáculo, entonces prefiero hacer un arte que al llamarse de
conducta se confunda con la sociedad y hasta con algunos movimientos
de la psicología, son mejores compañías.
 
Si la conducta es un elemento del conocimiento que se convierte en una
institución normativa que se encasilla a veces como un saber, entonces
¿Por qué no hacerlo un recurso metodológico? ¿Por qué no trabajarlo,
no convertirlo en un método para trabajar el conocimiento?
 
Si el artista es autoconciencia entonces ¿Por qué no ser creadores de
alarmas? ¿Por qué no dejar de representar para presentar? ¿En vez de
meter otros mundos en el arte meter el arte en el mundo? Trabajar con
el cuerpo, el impacto, la atención y la sociedad como entes vivos .
 
 


 
 
[1] La Habana, 1968. Graduada del Instituto Superior de Arte (ISA) en
1992. Ha realizad importantes exposiciones personales y colectivas
dentro y fuera de Cuba. Su último proyecto Arte de Conducta, ha
reunido a un variado grupo de jóvenes interesados en una visión otra
sobre el arte
 
[2] Municipio de la Capital Cubana.


Historia Natural de la Violación


Carlos Aguilera

En el prólogo a Una mujer en Berlín (Anónima, Editorial Anagrama, Barcelona, 2005, 323 págs.), Hans Magnus Enzensberger escribe: "Según los cálculos más fiables, más de cien mil mujeres fueron violadas en Berlín en las postrimerías de la guerra". De resultar cierta esta estadística, qué ha hecho que hasta ahora apenas se haya hablado de eso? Miedo a enfrentar la realidad, amnesia identitaria, complejo de inferioridad colectiva, traumas de guerra, cinismo...? Quizá, de todo un poco.

Anónima, como la autora de este Diario decidió rebautizarse, a pesar de que su verdadero nombre llegó a ser conocido por algunos "iniciados", fue redescubierta por el autor de Política y delito para su excelente colección Die andere Bibliothek en el año 2003, y finalmente vuelta a publicar cuatro décadas después de que el libro se editara por primera y única vez en alemán. En aquel entonces, bajo el visto bueno de Kurt W. Marek, autor de Dioses, tumbas y sabios, uno de los compendios "light" de arqueología más populares en su momento.

El libro, que lleva como subtítulo "anotaciones de diario escritas entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945", abarca los primeros meses de la ocupación rusa en la capital alemana y refleja como pocos el caos, la brutalidad y el desgaste –el desastre– civil instaurado por el ejército rojo en su "avance hacia occidente", combinado con un gran catálogo de violaciones en sótanos y escaleras. A la vez que el hambre y la miseria moral de los alemanes en momentos en que la derrota era ya un hecho.

Tal vez por esta razón el libro fue en su momento minimizado, aunque el feminismo tipo-68 intentara reivindicarlo (una de las tantas cosas que mayo del 68 intentó en vano reivindicar), y los medios de prensa casi la ignoraran. Como ha mostrado Huyssen en Después de la gran división, nadie contribuyó tanto a la "amnesia alemana" como el aparato ideo-social de posguerra. Evidentemente la izquierda y la derecha en la antigua prusia coincidieron en algo, había que "superar el pasado", y esto no sólo significaba echarle toda la culpa al Tercer Reich (la ruina económica, el asesinato en masas de judíos, la fuga del intelecto...), sino en la medida de lo posible, no hablar del asunto, mirar hacia otro lado.

Cosa que muestra muy bien la autora de Una mujer en Berlín al apuntar: "Cuando vi gente abajo en la tienda de verduras, me puse también a hacer la cola. Me dieron remolachas y patatas deshidratadas a cuenta de nuestras cartillas. En la cola los mismos chismes (...) : todo el mundo despotrica ahora contra Adolf [Hitler], y nadie se enteró de nada. Todos fueron perseguidos, y nadie denunció." O este otro, más irónico: "Nuestra nueva oración de mañana y tarde: "Todo esto se lo debemos al Führer." Una frase que en los años de paz se pronunciaba miles de veces, en los discursos, en señal de alabanza y de agradecimiento, y aparecía pintada en carteles propagandísticos. Ahora, dándole la vuelta, sin cambios en la pronunciación pero sí en su contenido, se convierte en burla y escarnio. Creo que a este fenómeno se le denomina conversión dialéctica."

Sin dudas, uno de los grandes aciertos de esta suerte de Rousseau "a la berlinesa", es su tono muchas veces sarcástico, picaresco, que por momentos hacen recordar algunas de las escenas mejores del América de Kafka, o de La tregua de Levi. Escenas donde los rusos suben y bajan por las escaleras como cerdos dispuestos a «confiscar» todo lo que se pusiese delante: el pasaje de los soldados del ejército rojo con los relojes es inmejorable, o a perdonar/violar a la mayoría de las mujeres que por razones de guerra habían quedado en la ciudad: "El tercer ruso, bajito y con la cara picada de viruelas me acerca una lata que ha abierto con su navaja. (...) me pide con gestos que coma. En la lata hay carne. Trincho gruesos trozos y me los llevo a la boca. Estoy hambrienta. Los tres rusos me miran complacidos. La señora Wendt abre el armario de la cocina y nos muestra hileras enteras de latas de conservas (...). Se está realmente bien aquí. Y eso que las dos mujeres repelen ; la señora Wendt con su eczema purulento; y la ex ama de llaves es como un ratón achaparrado y con gafas. A cualquiera se le quitan las ganas de violar "

De hecho, una de las denuncias más contundentes de esta «desvergonzada», como escribió uno de los pocos críticos que reseñó la obra en los cincuenta, gira alrededor del hecho de que la mayoría de los hombres, algunos ante el empuje de la fuerza aliada ya habían regresado, no hiciesen absolutamente nada mientras en el cuarto contiguo dos «tártaros del ejército estalinista» enculaban a su mujer, a su hija o a una de sus vecinas. Evidentemente, entre sobrevivir o arriesgarse, el animal-humano prefiere sobrevivir, aunque después tenga que darse dos o tres cabezazos histéricamente contra la pared...

El silencio no vendría sólo entonces del apagón moral en el que se vio abocada la población masculina germana: la teoría del botín de guerra en este caso funcionó para todo el mundo a la perfección; sino de las propias mujeres que salvo en casos excepcionales tuvieron que mantener "la boca bien cerrada" porque de lo contrario, como apunta la autora, "no querrá tocarnos ningún hombre". Acáso no sabíamos ya por los místicos, sobre todo los que proceden del altar teutón, que el silencio es una de las formas mayores de la pureza?

Una de las virtudes de Una mujer en Berlín es la de contrastar, incluso a nivel de escritura, con las memorias de Traudl Junge, última secretaria de Hitler antes de su suicidio junto a Eva Braun. En Hasta el último momento, el libro de Frau Junge, que fuera una de las fuentes a consultar para la película El hundimiento de Hirschbiegel, más allá de ciertas sugerencias, los alemanes son carneritos inocentes que no saben en realidad que está pasando y confían «hasta el último momento» en los discursos radiales de Goebbels y en los informes del estado mayor del Reich. En el libro que se acaba de editar recientemente en español, el sarcasmo de la escritora y muchas veces su ironía, cuando no la caricatura junto a cierto dolor, dejan en claro cómo todo el que quería saber sabía y cómo todos estaban «hacinados» en su propia individualidad, sin importarles demasiado la suerte-sobrevivencia del otro :

«Un hombre empujaba una carretilla sobre la que yacía, yerta, una mujer. Mechones grises, un delantal de cocina azul, suelto, ondeando. Sus flacas piernas, con medias grises, sobresalían por el otro extremo de la carretilla. Casi nadie miraba. Aquello parecía la recogida de basuras de otros tiempos.»

No será esto también una manera de explicar la relación polémica entre los campos de exterminio y el ciudadano de a pie alemán? Como es bien sabido, pasada la guerra muchos no aceptaron la existencia de los mismos, y aún hoy es posible escuchar que todo ha sido más propaganda que testimonio, verdad. Sin embargo, algunos de estos campos (por ejemplo, Dachau) habían sido construídos al borde de una carretera en continuo tránsito, a escasos kilómetros de una gran ciudad, y mucho antes de que comenzase la guerra oficialmente. Verdaderos monumentos de acusación para todo aquel que a posteriori no quisiese observarlos, como los dibujos de Weissová en Theresienstadt o las fotos de Francisco Boix en Mauthausen.... Cementerios parlantes contra la razón.

Tiene este mirar-hacia-el-otro-lado alguna conexión con eso que los antiguos positivistas llamaban la ontogenia esencial de algunos pueblos o formaciones culturales?

Según la "máquina de caminar" sí, como se autodenomina más de una vez la escritora de Una mujer en Berlín. Para ella, los alemanes "tienen horror a contravenir la ley" y remata: "No somos un pueblo de partisanos. Necesitamos un mando, órdenes." O lo que es lo mismo, vivir constantemente bajo la jurisprudencia del otro, el marco... Y es que si algo realmente le da peso a este libro son sus reflexiones sobre Berlín, la tradición, los Ivanes (así llama sarcásticamente a los rusos), el mundo masculino soñado por Hitler, la vida cotidiana, las leyes. Una mirada clínica y descarnada, que no se detiene ante el hecho de la autocalificación o generalización excesiva. (Generalización casi imprescindible en un mundo donde sólo se ha hecho posible la ruina.) Una mirada "dura" para un contexto donde la única meta es comer.

Por supuesto, después de leer un libro como éste (recomendaría también Berlín. La caída: 1945 de Anthony Beevor) no queda nada de la supuesta "santidad" del gran ejército de liberación. Tampoco, de la supuesta grandeza del III Reich, tal y como actualmente el NPD, en Alemania, se encarga de enarbolar. El diario o memoria o confesión que es Una mujer en Berlín, pese a ceñirse a un corto período de tiempo bajo la invasión aliada, podrá ser considerado junto a Archipielago Gulag de Socheltnitzin y Quiero dar testimonio hasta el final de Klemperer, uno de los intentos mejor logrados de denunciar una situación y a la vez convertirla en literatura. Una literatura ríspida y cómica, que no rebaja a nada el pathos del momento, aunque por suerte mucho más breve que los dos ejemplos anteriormente citados. Una literatura en devenir.



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