Ha pasado Ike por toda Cuba y nos queda una desafiante destrucción. Nuestras reservas, nuestra maltrecha economía, son ahora más míseras de lo que podíamos pensar días antes de este evento, cuando en verdad, ya éramos bastante pobres. ¿Qué puede pasar ahora con la isla? ¿Cómo haremos para aligerar el hambre, la urgencia de necesidades básicas, la ausencia de recursos para una supuesta recuperación? La palabra de turno, esa que sale a chorros por las bocinas del televisor o el radio, y que por supuesto, habrá de leerse con la misma regularidad de un único discurso repetido en la prensa escrita, es "recuperación". Sin embargo, casi todos tenemos en mente otro vocablo, o al menos una misma idea fija: ¿qué puede recuperarse si poco teníamos?, ¿cómo puede "volver a la normalidad" un país del que es imposible decir que disfrutaba de "normalidad" alguna?, ¿se atrevería alguien a asegurar que tenemos, por ejemplo, una economía que recuperar, una arquitectura que reconstruir, un equilibrio social que restituir? Nada de eso. Sí algo sabe todo cubano, así como todo extranjero que haya visitado la isla en los últimos tiempos, e incluso los más optimistas entre unos y otros con respecto a nuestro sistema sociopolítico, es que nuestro país andaba mal. Las esperanzas de cambio, esas que fueron reafirmadas por la propaganda estatal antes de las elecciones que colocaron a Raúl Castro al frente del país, no se han visto en ningún modo satisfechas. Alguien podría decir que Ike acabó con Cuba, pero es indudable que se impone una rectificación: Ike acabó, no con Cuba, sino con lo que de ella quedaba.
Antes de Ike, hubo Gustav, y antes de Gustav, exactamente un día antes, tuvimos el caso del enjuiciamiento del músico Gorki por su antipatía al sistema, caso que una amiga española acertó en llamar, "el otro ciclón". Como Gustav, azotó el país, no en cuanto a bienes materiales se refiere, sino en materia de una no menos básica necesidad humana: la de las libertades civiles. Gorki, a diferencia de Gustav, pasó desapercibido para la gran mayoría. A falta de libertad de prensa, de un verdadero periodismo en la escasa prensa existente que dirige el Estado, y a falta, por supuesto, de otras libertades negadas, como Internet o la manifestación pública no planificada por el gobierno. Pocos supieron de Gorki, y luego de su excarcelación -gracias al movimiento dentro y fuera de unos pocos, avisados y valientes- poco se ha dicho de este. Como mi amiga española Olga dice, es preocupante, respecto a Gorki, lo que detrás de un caso como este acontece. Todas las pequeñas libertades negadas, dice mi amiga, todas las pequeñas represiones de la cotidianeidad del cubano. Cuantos otros, dice otra amiga, que no son músicos, ni personalidades públicas, han pasado y pasaran por lo mismo. Y cuantos otros no pasan a diario por la acción de esa lógica que encarceló y enjuició a Gorki.
Muchos ciclones han azotado la isla de Cuba. Muchos, antes y después. Nuestra situación geográfica es propensa a estos fenómenos. Antes y después, debemos tomar medidas que prevengan y recuperen lo que de recuperable tenga el país. En el día de hoy, lo más recuperable que tenemos es la esperanza, tan difícil o más de recuperar y sostener que los bienes materiales. Las riquezas o la estabilidad económica solo puede venir acompañada de medidas que las propicien, de la nada no saldrán; y menos de la nada histórica en que hemos estado sumidos durante muchísimo tiempo en este país. Anhelos de marxismo tropical, de totalitarismo tardío, nuestro sistema ha de "renovarse" más que recuperarse. Y si de recuperar se trata, habrá que recuperarse de ese limbo en que yacemos; ya es hora de poner los pies en tierra y ver que hacemos con lo que tenemos, ni más ni menos que con lo que contamos, y quitarnos la venda con la que miramos solamente hacia un incierto futuro. Nuestras transformaciones han de ser sociales y económicas, más que todo estructurales. La manera de pensar, sobre todo la manera de pensar, habrá de ser menos épica, lo que equivale en estos momentos a menos fantasiosa. Dejarse de guerras y amenazas y dejar de apuntar y amenazar a la gente. Dejar un poco a un lado todo ese imaginario de batallas. Hay toda una sociedad civil sobre la que se ha pretendido pasar, que supuestamente debería ser el fin de una militarización como la que vivimos, que espera ser tenida en cuenta. Que espera por una "normalización", largamente prorrogada, de su vida. ¿Una causa mayor? A estas alturas, por favor, ¿no estamos ya hartos de esas causas mayores que aquejaron al siglo XX? La única causa mayor que habría que defender es la de mantener con vida a esta sociedad civil ignorada, la de dejar algo para que puedan vivir nuestros nietos, ya que poco dejaron a los hijos, y de seguir por donde vamos, casi nada recibirán los que vienen. Excepto un país destruido cuyo cuerpo embalsamado será cubierto con su historia épica. Una historia épica que aún hoy, ya resulta inverosímil.