Día de San Lázaro. Obama y Raúl salen en sus respectivas televisiones nacionales. A la misma hora, casi con las mismas palabras, se restablecen las relaciones diplomáticas. Las frases que se repiten, que parecen haber sido traducidas del español al inglés o del inglés al español, son aquellas que hablan de las negociaciones: los intercambios de presos, los agradecimientos a terceros… Es un extraño juego de espejos, donde lo que cambia es el paisaje. “Los americanos podrán usar tarjetas de crédito y de débito en Cuba”, dice Obama. Se me ocurre una noticia para Cuba: Fake News, “los cubanos podrán usar, anuncia Raúl Castro, su libretas de racionamiento en los supermercados norteamericanos”.
Me paso todo el día reuniendo libros en la biblioteca para los ensayos finales que debo escribir. Dando vueltas en círculo, interrogando con mirada extraviada las filas de letras y números que clasifican zonas de lectura. Por área, por país, por políticas de identidad, o por género literario. De vez en vez me encuentro dándole vueltas a una manivela, moviendo un anaquel de tamaño ridículo hacia la izquierda o la derecha para hacer el espacio que permita la entrada de mi cuerpo. No miro más las noticas hasta la tarde.
Cuando regresamos del daycare, nada más de pisar la primera planta del edificio mi hija Lucy clama por Cuvas. Cuvas cuvas, insistentemente. Tiene dos años y está aprendiendo a hablar. No sé muy bien aún como explicarle la diferencia entre el mapa que cuelga en la pared de la sala, y esas frutas frescas que puede coger del refrigerador.
Spanish and Portuguese Study Room
Firestone Library, Princeton University